El piquetero oficialista Luis D'Elía (él sostiene que su pasión por el Presidente es un fuego que sigue ardiendo), asegura que "este es un gobierno en disputa. Kirchner quiere ir para un lado y otros lo tironean". Recién desplazado de una subsecretaría de Estado, D'Elía habló desde una tribuna proporcionada por Hebe de Bonafini y expresó, seguramente, sospechas y prevenciones del ala más radicalizada de la coalición oficial: "Este gobierno – advirtió- nos vino mostrando hechos hasta que tocó la campanita en Wall Street. Ahora faltan más hechos, falta mucho, y hay que ver si vamos hacia Washington o hacia Caracas, como nosotros queremos". |
Washington o Caracas, peronismo o transversalidad, pingüino o pingüina: D'Elía no es el único oficialista desorientado acerca del rumbo del gobierno. En la Casa Rosada empezó a observarse la escasez de brújulas desde el fatídico domingo en que se pronunciaron las urnas misioneras.
Como para tranquilizar a D'Elía (a quien, de todos modos, puede disuadir con otras efectividades conducentes) Kirchner se apresuró a declarar su apoyo a la re-reelección de Chávez y pronunció una frase involuntariamente oscura en la que parecía acusar de algo al "gran país del norte". Se trataba de un mensaje destinado a retener a sus amigos progresistas: "no teman –parece decirles- que no he abandonado mis convicciones en el umbral de la Casa Rosada".
Ocurre, sin embargo, que esos amigos están tan desconcertados como el gobierno y desde el jardín del oficialismo se contempla con creciente confusión, en particular, los movimientos del Presidente. ¿No ha sido, acaso, el propio Kirchner el que esta semana pronunció un discurso sobre seguridad con párrafos que parecían inspirados por la abominada "derecha", francamente lejano (y hasta crítico) en relación con el "garantismo" jurídico que él mismo había promovido decisivamente en la Justicia?
¿Y qué decir del lanzamiento de Daniel Scioli como candidato oficialista en la provincia de Buenos Aires? Tanto los pingüinos del círculo más íntimo de la pareja gobernante como la totalidad del ala más radicalizada del kirchnerismo han considerado siempre al vicepresidente un personaje sospechoso: formado en la política por Carlos Menem y Emilio Perina, aliado a Domingo Cavallo, funcionario y amigo de Eduardo Duhalde, Scioli evitó discretamente el tono áspero y confrontacionista del gobierno y, dispuesto a no dejar su cargo aún castigado, destratado y maltratado por el Presidente y la primera dama, supo articular una obstinada presencia en los medios y una sutil diferenciación del estilo dominante en el oficialismo. En rigor, la tácita candidatura bonaerense del vicepresidente lanzada por Kirchner equivale para todos aquellos sectores a paladear una cucharada de aceite de ricino. Subraya, además, la dimensión que el presidente le asigna al golpe recibido así como su realista percepción de que está perdiendo pie peligrosamente en la opinión pública.
Hace apenas unos meses, Kirchner le decía a alguno de sus escasos íntimos que lo único que necesitaba como candidato a gobernador en la provincia de Buenos Aires era alguien que supiera atender el teléfono. Presumía entonces el mandatario que no precisaba esforzarse en encontrar candidatos con buen rating, que le alcanzaba con su propio don de mando y alguien en La Plata bien dispuesto a obedecerle.
Las cosas se han deslizado en otra dirección y con un ritmo que sorprendió a Kirchner. Ahora, después de que el revés misionero lo indujo a forzar a Felipe Solá a renunciar a sus vidriosas aspiraciones reeleccionistas, conciente de que si quiere tener una performance competitiva en las presidenciales necesita resolver las dificultades que le presentan los grandes distritos, el presidente descubre no sólo que tiene que apelar a un candidato con buena presencia en las encuestas, sino que el único que tiene a la mano es un hombre que, tras un lenguaje estilo Chance Gardiner, enmascara algunas diferencias sustanciales con el fenómeno kirchnerista. Si Scioli tiene para la Casa Rosada el atractivo de su conocimiento público y su capacidad potencial de penetrar en un electorado que en principio es hostil al oficialismo, no es menos cierto que esa candidatura seguramente alentará deserciones en el mercado que el gobierno se empeñó en congregar a su alrededor desde que asumió.
En rigor, los cambios de dirección de Kirchner son consecuencia de la paulatina disgregación de su sistema original de apoyos (y probablemente realimentan ese fenómeno). Esa disgregación se inició claramente con su ruptura con Eduardo Duhalde, en una pelea por quedarse con el manejo del aparato bonaerense. Se agravó con la ruptura con Roberto Lavagna y la decisión de este de lanzarse a la competencia política. El ex ministro se transformó en punto de referencia de sectores de poder que, apoyando o admitiendo pasivamente la sencilla fórmula económica del kirchnerismo (dólar alto y superávit fiscal), resisten sin embargo el deslizamiento hacia el chavismo, el paulatino aislamiento internacional y el estilo kirchnerista áspero y confrontativo.
Finalmente, la elección misionera mostró (y el presidente registró en significativo silencio) que esa desagregación de apoyo había calado en la opinión pública, es decir en las influyentes clases medias urbanas. Los cambios buscan a tientas el mejor método de detener la sangría.
Sucede que, como asevera la sabiduría popular, las desgracias no vienen solas. El oficialismo cosecha ahora los frutos amargos de muchas peleas encaradas en momentos en que las consecuencias parecían lejanas y despreciables. El curso de colisión que ha adquirido la tensión con Uruguay a raíz del tema de las pasteras es una muestra. Después de que la Cancillería (en tiempos de Rafael Bielsa) admitió la instalación de una pastera en la costa del río Uruguay, designios electoralistas llevaron al oficialismo (y a su avanzadilla entrerriana, representada por el gobernador Jorge Busti) a hacer seguidismo de las posturas más alarmistas del ambientalismo provincial, que estaba asesorado por la actual secretaria de medio ambiente nacional (designada, en rigor, por su vínculo con la asamblea de Gualeguaychú) y su señor esposo. Aquel seguidismo sin política llevó al gobierno nacional al creciente enfrentamiento con Uruguay y a aplastantes derrotas en distintos ámbitos (Mercosur, Banco Mundial, Corte de la Haya), elegidos, para peor, por el propio gobierno argentino. Incapaz de salir con una estrategia propia de un intríngulis que promete sucesivas derrotas, el gobierno busca un salvador milagroso, sea el rey de España, Mikhail Gorbachov o el Chapulín Colorado. El primero, don Juan Carlos de España, impulsado aventuradamente por la cancillería de su país a intentar una mediación con otro nombre, corre ahora el riesgo de verse involucrado en un fracaso. El gobierno frenteamplista de Montevideo ha movido tropas para proteger las inversiones en su territorio.
¿Protegerlas de quien? De eventuales agresiones originadas en Gualeguaychú. Podría suponerse que hay, de parte del presidente Tabaré Vasquez, una sobreactuación, aunque hay que reconocer que el corte de vías internacionales y el virtual bloqueo terrestre al que se ha sometido a la República hermana sin que el gobierno argentino se dignara actuar, es ya una agresión. Por otra parte, el esposo de la titular de medio ambiente (y su compinche en las algaradas ambientalistas) fue el que lanzó a rodar en Washington la versión de que Gualeguaychú contaba con ancianas-kamikazes, dispuestas a inmolarse para borrar a la planta postera de capital finlandés del horizonte del Río Uruguay. La irresponsabilidad debilita. La negligencia agrava la debilidad. El oportunismo la exacerba.
La confusión y la dificultad para dar respuesta a sectores disímiles acumulan frentes de confrontación a un gobierno que sólo gusta de confrontar cuando puede elegir el adversario, las armas y el terreno, pero que suele retroceder cuando son otros los que le plantean pelea. Los ganaderos están de paro por una semana. El gobierno había dado marcha atrás (tardíamente) en una medida de las que primero encendieron la mecha en el campo: la elevación del peso de los animales a ser faenados. Retroceso estéril, pues.
Los piqueteros que eran de D'Elía también reclaman. Y prometen hacerlo cada vez que el Presidente pase por el territorio en el que ellos se mueven con mayor comodidad: la superpoblada zona de La Matanza.
Un creciente número de sindicatos se moviliza para conseguir una medida análoga a la que obtuvieron los petroleros patagónicos: que sus sueldos no sean afectados por el impuesto a las ganancias.
Alguien dijo que en política es posible hacer cualquier cosa. Salvo evitar las consecuencias.
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Jorge Raventos , 12/04/2006 |
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