La oposición de la realidad

 


-No voy a ceder nada bajo presión-, dicen que dijo Néstor Kirchner a alguno de sus amigos -patagónico él, para más datos- del gremio del petróleo. Para interpretar las concesiones que, de inmediato, el gobierno otorgó – e hizo otorgar- a los petroleros del Sur, es indispensable evocar otra frase presidencial: aquella que pronunció, poco después de asumir, ante empresarios españoles en Madrid: -Fíjense en lo que hago, no en lo que digo-.
Precisamente, lo que suele hacer el gobierno –en especial cuando postula lo contrario- es ceder ( retroceder) bajo presión. Ese estilo paradójico (palabras ásperas, cuando no silencios, como acompañamiento de un repliegue) es, quizás, lo que ha inducido al influyente polígrafo Jorge Asís a afirmar que el Presidente es "un duro en el arte de arrugar".

Después del último silencio de Calafate , mientras empezaba a asimilar el duro piñazo misionero, el doctor Kirchner había dejado trascender otra frase enérgica: "A mí nadie me va a imponer los tiempos ". Acto seguido (es decir, sin perder tiempo), el mandatario que había promovido reelecciones (inclusive perpetuas) se volcó a la postura opuesta y les reclamó la retirada de todo sueño reeleccionista a sus fieles Felipe Solá y Eduardo Fellner y hasta generó una ola de antireeleccionismo que amenaza inclusive con llegar a intendencias y bancas legislativas, para inquietud de una numerosa legión de mosqueteros oficialistas que practican (o desean ardorosamente practicar) la reincidencia.

Después de algunos años de reiterar consistentemente un estilo, todo el mundo está empezando a comprender la matriz de comportamiento del Presidente, lo que lo desliza a perder el factor sorpresa. El gobierno aprieta y aprieta, hasta que encuentra una reacción fuerte del otro lado del mostrador. Si esa reacción tiene alguna chance de influir sobre el control de la calle o sobre el ánimo de la opinión pública, el oficialismo se repliega trasvistiendo su retirada con gritos de ofensiva. Ocurrió ante los padres de Cromagnon, ocurrió ante los petroleros tanto en las algaradas santacruceños del último verano como la semana que pasó, y ocurrió en Gualeguaychú, donde está procurando encarar una contraofensiva victoriosa con la doble ayuda del rey Juan Carlos y del Banco Mundial (fue la Cancillería la que se apresuró a dar por sentado que la pastera finlandesa conseguirá el financiamiento que busca en aquel organismo financiero, hecho que, al precio de exhibir con escaso pudor un fracaso de la estrategia bloqueadora ensayada por el gobierno, intenta ablandar a la opinión pública entrerriana para que admita los sacrificios que seguramente solicitará en su momento el real mediador, último salvavidas manoteado por la Casa Rosada).

El mismo aire de retirada tiene la curiosa dimisión solicitada al piquetero oficialista Luis D'Elía, después de su fuerte apuesta pro-gobierno-iraní y simultáneamente anti-americana y anti-israelí. ¿Por qué se ha castigado a D'Elía si éste no ha hecho nada que no hubiera sido previsible antes de merecer el nombramiento como subsecretario? ¿No fue él, acaso, junto con el diputado kirchnerista sin partido Miguel Bonasso, el personero principal del apoyo oficialista a la contracumbre de Mar del Plata? ¿Puede ser una sorpresa para alguien que D'Elía (como Bonasso y la propia embajadora argentina en Caracas, designada por la Casa Rosada) actúa como ariete local de la revolución bolivariana que acaudilla, ideológica, política, organizativa y financieramente el presidente Hugo Chávez? Lo que cambió no fue la conducta de D'Elía, por cierto, sino el juicio0 explícito de la opinión pública, que se expresó en Misiones. El Presidente actuó bajo esa presión, sacó, vertiginosa y lúcidamente, conclusiones de esa derrota. Muchos sectores que han marchado aliados al gobierno observan con alguna perplejidad estos hechos. La opinión pública y varios sectores que han sufrido el acoso gubernamental y la dureza que parecía emerger de una fortaleza que ahora está puesta en duda, sacan también sus propias conclusiones.

Por caso: ¿cuánto tiempo tardarán esta vez en adoptar medidas los productores agropecuarios que sufren las presiones y los precios máximos disfrazados que impone la secretaría de comercio o los bloqueos a la exportación que emergen del ministerio de Economía? ¿No intentarán jugar las mismas cartas que les resultaron exitosas a los petroleros patagónicos?

Y la oposición política, ¿no ha comprendido ya que las actitudes contemplativas adoptadas en ocasiones anteriores ante los superpoderes del Ejecutivo pueden ser reemplazadas por una fuerte, decidida acción conjunta de reivindicación institucional ante el tribunal que más teme el gobierno – el de la opinión pública?

Después de los blues del penúltimo octubre (el último, si nada lo modifica, será el del 2007 para esta administración), el oficialismo padece ahora las retiradas del último noviembre. Obvio, las fuerzas del gobierno saben que conservan todavía mecanismos de poder y retaliación que lucen decisivos y, aunque sienten que están transitando en reversa, calculan que se trata de un repliegue transitorio, una maniobra de reorganización de fuerzas que en modo alguno les ha hecho perder la ofensiva. El tiempo dirá. Por el momento las fuerzas que parcen imperar son las centrífugas. Hay gran desorden bajo los cielos. La realidad parece haberse pasado a la oposición.

Jorge Raventos , 20/11/2006

 

 

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