|
Cambiar de caballo en mitad del río |
Sorprendido por el revés electoral misionero, que lo encontró mal parado y lo hizo trastabillar, el presidente Kirchner rumia silenciosamente en estos días el mejor procedimiento para recuperar la iniciativa. En principio se ha sentido forzado a realizar una maniobra que los clásicos no aconsejan: cambiar de caballo en mitad del río. |
Así, tanto Eduardo Fellner como Felipe Solá (hasta ahora sólo ellos, aunque nadie sabe qué depara el futuro) tuvieron que pagar con sus propias expectativas re-reeleccionistas la derrota de Carlos Rovira y el Presidente en Misiones.
El gesto sugerido por la Casa Rosada a ambos caciques provinciales fue la manera en que el Presidente quiso mostrar a la sociedad que escucha el mensaje de preocupación político-institucional que emana de la opinión pública y, al mismo tiempo, que tiene fuerza y capacidad de reacción. Es que al Presidente lo aterra la posibilidad de que la opinión pública, la sociedad política, los empresarios y las corporaciones lo aprecien débil o vulnerable.
Sin embargo, si se observan los hechos con objetividad analítica, podrá apreciarse que este gobierno, al tiempo que pudo exhibir durante sus tres años de gestión numerosos signos de fortaleza y potencia política, siempre dejó entrever flancos de gran vulnerabilidad. Los más notables: su tendencia a retroceder frente a contratiempos que lo desafiaran ante la opinión pública o en el campo de la acción directa.
Vulnerabilidad: la posibilidad de que una fuerza o un acontecimiento que en principio no parece tener suficiente envergadura, termine carcomiendo significativamente las bases de sustentación.
Kirchner se procuró su fortaleza apelando a la estrategia de confrontación permanente, una demostración de dureza con adversarios (personas o instituciones) demonizados por la opinión pública y (al menos circunstancialmente) debilitados por ese motivo. Por esa vía el Presidente buscó dar expresión a los sectores de las clases medias desencantados con la Alianza y arrojados a la antipolítica por la crisis del año 2000. Con ese expediente se exhibió con el traje de "presidente fuerte" en momentos en que esa opinión pública, estragada por liderazgos débiles y ambiguos, reclamaba fuerza y gobernabilidad.
La estrategia –o la estratagema- fue exitosa: la opinión pública le dio respaldo. Un respaldo importante, aunque la manipulación de encuestas, transparentada ahora en la elección misionera, impida saber con precisión a cuánto ascendió en su mejor momento ese apoyo.
El Presidente procuró siempre que la confrontación que impulsaba no tuviera como consecuencia una polarización tal que unificara a las corrientes opositoras. Practicó así una política tendiente a la fragmentación de los partidos políticos, lubricada con la seducción de la caja y con una política de captación (o cooptación) de dirigentes, empezando por quienes ejercen la jefatura de gobiernos provinciales o municipales, lo que transformó la llamada "convergencia plural" (slogan marketinero del hegemonismo oficialista) en un club de veteranos jefes de aparato antes que en la expresión de la "nueva política" que siempre invocan sus propagandistas.
Hasta el 29 de octubre y durante los tres años de su gestión Kirchner consiguió, con escasos altibajos, mantener su imagen de fortaleza. Pero la elección de Misiones reveló finalmente que la fortaleza basada en esa combinación de opinión pública, confrontación constante y control de la caja podía deteriorarse vertiginosamente.
Es que un gobierno que está demasiado basado en la opinión pública depende de los aires que cruzan esa opinión pública , aires que pueden ser velozmente cambiantes.
La lógica de la confrontación permanente condujo a Kirchner a abrir (y mantener abiertos) muchos conflictos, un capricho cuyo costo se disimula mientras la opinión pública lo banca, pero que a la larga devenga intereses muy altos que tarde o temprano hay que pagar.
Inclusive muchos de los apoyos que ha conseguido el presidente se han regido por la opinión pública: muchos intendentes y gobernadores del peronismo que respaldan con sus respectivos estilos a Kirchner, no lo apoyarían si no fuera porque los sondeos lo han mostrado como un presidente "con rating" y, por ende, con capacidad de castigo. A partir de la elección misionera ese apoyo ha entrado en período de revisión.
A partir de Misiones todos los sectores que han venido sufriendo el maltrato del gobierno comprenden que han cambiado las condiciones.
Si la opinión pública cambia su aire, lo que Felipe González llamó "la opinión públicada" –la prensa, los medios- cambia con ella. Hay en ese sentido un mecanismo de alimentación recíproca. Los hombres de prensa del oficialismo se inquietan hoy al registrar que los medios publican muchas cosas que no se publicaban dos años atrás.
Aunque ciertamente cuenta con muchos instrumentos para intentar neutralizar algunas de sus consecuencias, Kirchner sabe que en Misiones, más que Rovira, el derrotado fue él.
Involucrándose tan marcadamente en la reelección de un gobernador de una provincia mediana, fue él quien nacionalizó lo que, en otras condiciones, podría haber quedado encapsulado como un mero asunto local.
Al hacerlo, la atención nacional se centró en Misiones y pudo examinar casi con microscopio tanto los manejos de Rovira, aliado emblemático del presidente, como el respaldo desmedido y el inaudito compromiso del gobierno nacional con el plan de la reelección perpetua. La opinión pública vió en las pantallas esos actos que nunca dan bien ante las cámaras: desde los "aprietes" a empleados públicos hasta la importación de ciudadanos paraguayos para que votaran con documentos falsos.
Para colmo, esas imágenes remitían a otras, recientes, en las que también estuvo enredado el gobierno: la represión paraestatal de la huelga del Hospital Francés, los balazos de un amigo de Moyano en San Vicente, la cesión de la seguridad del homenaje a Perón a la CGT de camioneros y taxistas.
Una seguidilla de situaciones letales ante los ojos de la opinión pública, que ha sido sustento fundamental de la gobernabilidad y el poder de Kirchner.
¿Se trató de una sucesión de errores del Presidente?
La retención en sus sillones de los gobernadores aliados formaba parte del proyecto presidencial. Kirchner no quería abrir disputas locales que le desordenaran las fuerzas propias, a las que pretendía y pretende disciplinadas y dispuestas a garantizarle una victoria en primera vuelta el año próximo. Hay que admitir que el kirchnerismo no abunda en personal ni es una estructura abierta: puesto que tiene que admitir gente que no forma parte del círculo santacruceño, su lema, hasta la elección misionera, ha tendido a ser que más vale malo conocido que bueno por conocer.
El piñazo misionero lo obligó, pues, a cambiar de caballo en la mitad del río. Hasta el momento ha congelado las pretensiones reeleccionistas del jujeño Fellner y el bonaerense Solá. Y, particularmente en el distrito bonaerense, a disparar una fuerte e impredecible pugna por probarse las pilchas de candidato que Solá acaba de dejar.
Se trata de una operación arriesgada, pero Kirchner sabía que se había quedado sin alternativas. Insistir con los ensayos re-reeleccionistas era una prueba destinada al fracaso y una nueva derrota política ponía en riesgo cierto la gobernabilidad.
El camino del cambio de caballos no es seguro, pero el que ensayó con Rovira estaba demostrado que era fatal.
Complemento del cambio de táctica al que lo forzó la derrota misionera es la intención de imponer con rapidez la idea de que él mismo no aspirará a reelegirse: de allí que se echara al ruedo la eventual candidatura de su esposa, la senadora Cristina Fernández.
Si bien se mira, se trata apenas de un palo de ciego destinado a proyectar la imagen de un gobierno que al mismo tiempo "escucha el mensaje de las urnas" y mantiene su poder y su iniciativa. Pero, en rigor, la Casa Rosada está hoy incapacitada para decir quién será el año próximo el postulante oficialista a la presidencia tanto como para definir los nombres de sus candidatos en la Capital Federal y en las provincias más grandes (Buenos Aires, Santa Fé, Córdoba, Mendoza).
Otra consecuencia de la victoria de Piña: al detectar los efectos de la kriptonita misionera sobre el pintado superman patagónico, empiezan a aflojarse los tientos con los que muchos estaban (o creían estar) amarrados al oficialismo. Hasta los más inclinados a una alianza con la Casa Rosada observan con algún alivio que el poder central se verá obligado ahora a ser más contemplativo, a negociar más. Los aliados remisos y hasta los subyugados intuyen que pueden valorizarse más, cotizarse mejor, imponer algunas condiciones.
Es muy probable que sea en el peronismo donde se expresen más rápidamente esas tendencias. En principio, bastante antes de que termine noviembre un segmento representativo del peronismo no kirchnerista se reunirá en algo parecido a un congreso para poner en marcha una corriente interna nacional.
No es improbable que ese sector del justicialismo (y quizás otros que todavía mantienen un perfil bajo) decida buscar coincidencias con las corrientes opositoras que lideran Roberto Lavagna, Mauricio Macri, Jorge Sobisch y Ricardo López Murphy. La oposición está tejiendo los nexos de su propia convergencia y muy probablemente la trama estará lista para afrontar el desafío electoral del 2007.
Pero la política no se reduce al calendario electoral. Kirchner ha comprendido con lucidez que la elección misionera estableció un antes y un después.
Y en el después, una ficha que está en juego es la gobernabilidad.
Por paradójico que suene, Kirchner se aventura a una maniobra tan atrevida como cambiar de caballo en mitad del río porque aborrece los riesgos.
|
Jorge Raventos , 11/12/2006 |
|
|