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Kirchner, Misiones y la opinión publica. |
Las elecciones del domingo 29 de octubre en Misiones pueden marcar un antes y un después en la situación política argentina. Es la primera contienda electoral en la que el conjunto de las fuerzas opositoras a Néstor Kirchner confluyen en una única opción política, expresada en la lista que encabeza el obispo Joaquín Piña. |
Se trata de un episodio políticamente relevante. La Argentina se caracteriza hoy por el cuarto año consecutivo de alto crecimiento económico, la existencia de un gobierno que cuenta con un elevado respaldo de la opinión pública, una fuerte concentración del poder político e institucional y una notoria fragmentación de la oposición. Sin embargo, hechos recientes comienzan a inducir cambios en este escenario. Las elecciones misioneras constituyen un test extremadamente significativo, probablemente un punto de inflexión.
Importa destacar que la renuncia anticipada del presidente Fernando De la Rúa, en diciembre de 2001, dos años antes de la finalización de su mandato, y el fracaso del gobierno de la Alianza, generó una monumental frustración colectiva, que dejó sin representación política al conjunto de la clase media de los grandes centros urbanos, que forma en la Argentina, de manera prácticamente excluyente, a la opinión pública.
La consecuencia fue que esa clase media urbana, carente de todo canal de representación, tuvo un estallido de ira “antipolítica”, manifestado en la consigna “¡que se vayan todos!”, y en un descreimiento generalizado en un sistema político que había perdido su naturaleza bipartidista, ya que, ante la implosión del radicalismo, quedó monopolizado de hecho por el peronismo.
El gobierno de Kirchner nació jaqueado por el fantasma de la ilegitimidad. Para compensar esa fragilidad de origen, Kirchner ejecutó una estrategia destinada a lograr el respaldo de esa opinión pública formada por las clases medias de los grandes centros urbanos, que combina su tradicional recelo hacia el peronismo con su actitud “antipolítica”, originada en el fracaso del gobierno de la Alianza. En esa búsqueda constante del respaldo de la opinión pública, Kirchner ha utilizado una retórica de confrontación permanente, destinada a la construcción de una base de poder propia más allá del 22% originario.
Durante los primeros tres años de gobierno, esa estrategia contó con el inapreciable auxilio de una fuerte recuperación económica, inseparable del extraordinario crecimiento de la economía mundial en esta primera década del siglo.
Pero ocurre que en la Argentina el proceso político corre por una vía paralela al crecimiento económico; y una característica fundamental del sistema político es su fragilidad institucional, en la que el empleo de los mecanismos de acción directa tiende a reemplazar las mediaciones políticas.
Son innumerables las expresiones de esta tendencia generalizada. Desde los vecinos de Gualeguaychú que determinan el conflicto con Uruguay, a la acción desplegada por los familiares de las victimas de Cromagnon, que desempeñaron un papel decisivo en la destitución del jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra.
Kirchner es probablemente el dirigente político que mejor interpreta esta situación de fragilidad institucional y movilización social que eclosionó en diciembre del 2001. Desde el principio, advirtió que la preservación de la estabilidad política depende del respaldo de la opinión pública y del control de las movilizaciones callejeras. Esta es la formula de gobernabilidad de la Argentina post 2001; y es también la razón de fondo del estilo político y de la estrategia de confrontación del presidente.
Esa estrategia de confrontación permanente genera consecuencias que están más allá de la voluntad de sus impulsores. De allí que la oposición a Kirchner surja como respuesta a esa política de confrontación, antes que como una acción deliberada de construcción sistemática.
Todavía vigente se presenta la visión según la cual los superávit gemelos (fiscal y de cuenta corriente), más el alto crecimiento económico y la reelección presidencial garantizan, sine die, la continuidad del oficialismo. El diagnóstico opuesto es el que ve en el respaldo de la opinión pública y en el control de las movilizaciones callejeras la principal garantía de la gobernabilidad en la Argentina post 2001. Si se pierde este respaldo y las movilizaciones callejeras recuperan su autonomía, aún con las más favorables condiciones económicas, no hay gobernabilidad en la Argentina.
Cabe prever una tendencia creciente a la polarización. La línea divisoria es la reelección presidencial. Un polo, encabezado por Kirchner, tiene ya una fisonomía clara. El otro es todavía un rompecabezas a armar. Las elecciones del domingo en Misiones juegan un papel decisivo. Hay un dato revelador aún antes del resultado electoral del domingo: todas las encuestas indican que, en Posadas y en las principales ciudades de la provincia, el oficialismo será derrotado. Su única chance de triunfo residiría en una aplastante victoria en las zonas rurales. Significa que, en breve síntesis, en esta primera contienda electoral en que el gobierno confronta un polo opositor unificado, la clase media urbana habría resuelto abandonar al oficialismo.
Publicado en LA NACIÖN el 27/10/06
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Jorge Castro , 31/10/2006 |
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