No es una casualidad

 


"No es una casualidad lo que ha ocurrido", reitera el presidente Kirchner ante públicos mas o menos multitudinarios dispuestos por intendentes del denostado aparato bonaerense o por gobernadores dóciles a los encantos de la caja nacional. La muletilla le sirve al mandatario para referirse ya sea al vapuleado traslado de los restos de Juan Perón a San Vicente, a la misteriosa evaporación de Julio Jorge López o a la presencia de grupos violentos en el Hospital Francés y en todos los casos constituye el, digamos, marco teórico de una interpretación según la cual fuerzas oscuras, nunca definidas con precisión, trabajan en las sombras para "impedir el cambio" y para dañar a "este presidente", prólogo discursivo para invocar condición de víctima y solicitar ayuda.
Así, el presidente de los superpoderes se exhibe por un instante como un hombre débil y asediado. ¿Es que los servicios de inteligencia con que cuenta el gobierno no le anticipan esas maquinaciones que lo disgustan, no le identifican a tiempo a los personeros del Mal?

Tomemos por caso lo sucedido en San Vicente. Ni el doctor Kirchner ni la primera dama sentían el menor deseo de participar en ese proyectado homenaje a Juan Domingo Perón. Una semana atrás, en este espacio se señalaba que "la rendición presidencial de honores a Perón es fruto de la necesidad más que de la virtud: Kirchner pasó años en la Casa Rosada sin siquiera mencionarlo. Y sus arquitecturas políticas procuraron diluir todo lo posible la huella justicialista (pero)... al llegar a su penúltimo octubre, Kirchner descubre que, de ahora en adelante, precisará más peronismo, más aparato. Su problema será encontrar la mejor manera de disimular esa dependencia ante los ojos de la opinión pública".

El Presidente quedó tensado entre dos necesidades: su dependencia del aparato (el que le llenó la Plaza el 25 de mayo, el que sigue moviendo público para rodear sus actos y aplaudir sus discursos) y su vulnerabilidad ante la opinión pública de las grandes ciudades, que sospecha de ese (y de todos) los aparatos. Y, pese a esa tensión, decidió concurrir a San Vicente. Más aún: cedió ante el reclamo de los hombres del camionero Hugo Moyano e instruyó a su ministro de Interior para que se aceptara el insólito hecho de que la seguridad del homenaje al general y tres veces presidente de la República quedara en las exclusivas manos del gemialismo con la conducción del jefe sindical de los taxistas, Omar Viviani, y no bajo la responsabilidad institucional de las fuerzas de seguridad de la Nación –por la índole del homenaje y la dimensión nacional de figura de Perón- o de la provincia de Buenos Aires (por la localización del mausoleo, un predio que pertenece al estado provincial).

Ciertamente, no fue una casualidad que esas disparatadas decisiones tuvieran consecuencias en el orden de la seguridad. No hacía falta ser adivino para imaginar los problemas que ahora son objeto de cruce de acusaciones entre el ministro Aníbal Fernández, el gobernador Felipe Solá, las 62 Organizaciones y el conjunto de la dirigencia sindical. El hecho de que un gremialista camionero y chofer del hijo de Hugo Moyano descargara su pistola 9 milímetros (afortunadamente con mala puntería) contra otros activistas sindicales, presuntamente adversarios, fue apenas la frutilla de un postre que no podía sino empachar al Presidente: Moyano es su cegetista de cabecera, operador de millonarios subsidios estatales, premiado con participación accionaria en el manejo del Ferrocarril Belgrano Cargas, señalado por el gobierno para que uno de sus hombres maneje más de 300 millones de pesos de un fondo de obras sociales.

Que el episodio más escandaloso de los sucesos de San Vicente involucrara al dirigente gremial más cercano a la Casa Rosada fue casi una puñalada trapera para el Presidente, una confirmación de la mala espina que originalmente le despertaba el homenaje a Perón, una ratificación de las irresponsables decisiones adoptadas en el gobierno y pudo haber evocado en Kirchner, si es que mantiene fresco su latín, la frase final de César: ""Tu quoque, Brutus, fili mi". Pero no. En cambio de resentimiento o decepción por Moyano, y a falta de latines, el Presidente dio dos mensajes simultáneos y si se quiere, tan paradójicos como para justificar la caricatura del siempre agudo Sabat en Clarín, en la que un Kirchner con dos caras le coloca una aureola de santo a Moyano, quien, a su vez, adorna con otra aureola al camionero-tirador de San Vicente apodado Madonna.

Es que mientras se declaraba públicamente avergonzado y culpaba a "la irresponsabilidad de los que hicieron el acto", Kirchner enviaba a uno de sus hombres de mayor intimidad -el que maneja los subsidios del transporte, el secretario del área, Ricardo Jaime- a agasajar a Moyano en Mar del Plata en el congreso de La Fraternidad, uno de los gremios más fuertemente aliados al dirigente camionero.

¿Es o no una casualidad que el Presidente decida mantener la protección del mismo líder cegetista al que alude indirectamente cuando habla de "irresponsables"? No lo es: el Presidente está haciendo un enorme esfuerzo por aventar la impresión creada en la opinión pública por una cadena de hechos televisados (el guardaespaldas del gremio de camioneros disparando su pistola, el acólito del Jefe de Gabinete castigando a sindicalistas y periodistas y maltratando en los modales a efectivos policiales en el Hospital Francés) que estimula la evocación de la toma de una comisaría en La Boca por un actual secretario de estado o los asedios a empresas petroleras y supermercados por parte de grupos piqueteros y fracciones gremiales oficialistas, todo lo cual asocia a la Casa Rosada con el amparo sistemático a aparatos paraestatales que ejercen la violencia. El doctor Kirchner procura, como era perfectamente previsible (aunque se verá si es también sustentable) conservar su alianza con el aparato y presentarse ante la opinión pública como crítico y/o víctima de los aparatos.

Resulta, sin embargo, cada día más difícil divorciar el creciente ejercicio de la acción directa y las violencias facciosas, de una atmósfera de crispación y confrontación que el poder político practica y estimula, de agresividad extrema ante los críticos o las opiniones distintas. La invocación constante de los años 70 parece cosechar lo que siembra.

La dirigencia alternativa, más allá de los matices que la diferencian (desde Roberto Lavagna a Patricia Bullrich, de Elisa Carrió a Carlos Menem, Jorge Sobisch o Mauricio Macri, de Ricardo López Murphy a Margarita Stolbizer) está subrayando la conexión entre ambos fenómenos y encuentra cada vez mayor audiencia para ese argumento en la opinión pública. Precisamente eso es lo que inquieta al gobierno.

"Más que buscar excusas para los propios errores, el gobierno debería buscar soluciones", apuntó por ejemplo Roberto Lavagna en su virtual lanzamiento como candidato presidencial. Esa crítica golpea en un punto justo. Más que observar al gobierno victimizarse o lanzar culpabilizaciones sin destinatarios específicos, la sociedad espera de él gestión y acción. El Presidente no puede ser un mero comentarista. El gobierno de los superpoderes, ¿no tiene acaso instrumentos para encontrar y poner en manos de la Justicia a los responsables fácticos y a los auspiciantes de la violencia?

Lo que probablemente esté erosionando la opinión sobre la administración kirchnerista es la sensación de que sus prioridades pasan por la real o supuesta "acumulación de poder" antes que por los temas que inquietan a la mayoría de la sociedad, en particular el crecimiento de la violencia de aparatos y la inseguridad.

La obstinada búsqueda de una reelección dudosamente legal por parte del gobernador Felipe Solá y la búsqueda de una cláusula de reelección perpetua por parte del gobernador misionero Carlos Rovira (uno y otro, mandatarios estrechamente atados a la suerte de Kirchner) internsifican esa sensación.

El próximo domingo se concretará el desafío misionero, en el que la Casa Rosada ha jugado fuerte a favor de la pretensión de Rovira, volcando recursos oficiales y jugando inclusive la figura presidencial en el entrevero. Si la propuesta del gobernador es vencida, la Casa Rosada se habrá convertido en socia de la derrota.

¿Es una casualidad que Kirchner apueste a favor de las pretensiones reeleccionistas de Solá y Rovira? Muchos analistas sostienen que no. Conjeturan que sobre el terreno de la reelección perpetua pretendida por el misionero y sobre los más de dos períodos en la cúspide bonaereense que quiere tener Solá, Kirchner quiere sembrar parecidas semillas para gobernar sin límites, como pudo hacerlo en la provincia de Santa Cruz y como quieren hacerlo sus amigos, el venezolano Hugo Chávez y el boliviano Evo Morales.

Muchos acontecimientos ocurren por casualidad. Sin embargo, los más significativos, los más relevantes, aunque puedan estar disparados en sus detalles específicos por el azar o por combinaciones misteriosas, no son casuales, responden a causas objetivas; puede entenderse la lógica que los determina, su cadena de disparadores y consecuencias. Puede no acertarse sobre el momento exacto en que lloverá, pero se sabe que no llueve en cielo estrellado. Y que si hay nubes oscuras y se oyen truenos, lo prudente es preparar el paraguas, pues no sería casual que lloviera. En ese sentido, la reiterada frase del Presidente es un acierto.
Jorge Raventos , 22/10/2006

 

 

Inicio Arriba