|
Siria, el nuevo polvorín de nuevo oriente |
Siria, el nuevo polvorín de nuevo oriente
La estructura de poder gira en torno de un trípode formado por el Partido Baath, las Fuerzas Armadas y empresarios. Pero el vértice de la pirámide es la familia Asad, cuyos miembros desempeñan funciones en los tres tableros. |
Tras ocho meses de iniciadas las manifestaciones contra el régimen de Bashar al Asad, la crisis en Siria ha llegado a un punto de inflexión. La Liga Arabe suspendió la participación en su seno del régimen de Damasco, el rey Abdalá II de Jordania pide la renuncia del presidente sirio, China le solicita que negocie con la oposición, la Unión Europea amenaza con aumentar las sanciones económicas y, en lo que constituye un vuelco decisivo, entra en acción el Ejército Libre Sirio (ELS), encabezado por un coronel que estaba refugiado en Turquía y que ataca directamente a los cuarteles del Ejército regular.
El ELS, que dice contar con 17.000 efectivos (cifra de imposible verificación), acaba de conformar un consejo militar provisional cuyo objetivo es “hacer caer al régimen actual, proteger los bienes públicos y privados e impedir la anarquía cuando caiga el Gobierno, así como cualquier otro acto de venganza”.
De esta forma, la oposición siria comenzó a suplir su principal carencia: la ausencia de una fuerza militar organizada capaz de evitar que las movilizaciones callejeras se transformen en simples ejercicios de tiro al blanco para la represión, que ya causó alrededor de 3.500 muertos entre los manifestantes.
Con el ELS en operaciones, se establece una diferencia cualitativa con los sucesos de Libia, donde el monopolio de la fuerza militar, férreamente conservado por Muhamar Gadafi, dejó a los rebeldes virtualmente indefensos y solo la intervención de las fuerzas de la OTAN, una opción por ahora descartada para Siria, desencadenó la caída del régimen.
Una oligarquía muy especial
Si bien la noción de “primavera árabe” es tan aplicable a Siria como a cualquier otro país de la región -convulsionada desde principios de este año a partir de los sucesos de Túnez y Egipto-, cada caso tiene su especificidad. El régimen de Damasco está implantado sobre un núcleo de acero, articulado a partir de una minoría religiosa, integrada por los alawitas, una rama islámica que nuclea al 15% de la población, pero que es claramente dominante en los altos mandos militares, el gobernante Partido Baath, el mundo empresario y la burocracia estatal, en detrimento de la mayoría musulmana de origen sunita.
Los alawitas constituyeron siempre una corriente marginal dentro del Islam, a menudo acusada de “herética”. Históricamente perseguidos por los sunitas, establecieron lazos defensivos con los chiitas, hegemónicos en Irán y mayoritarios en Irak. En Siria, la minoría alawita vivió durante siglos geográficamente encerrada en una aislada región montañosa del noroeste de ese territorio, para protegerse de las persecuciones religiosas.
En el siglo XIX, la ocupación francesa buscó el apoyo de las minorías religiosas para fortalecer su dominación colonial. Los alawitas, así como la pequeña comunidad cristiana siria, secundaron ese propósito galo. En recompensa, se convirtieron en un sector privilegiado a través de su ingreso a la administración pública, los mandos militares y los negocios, mientras que la mayoría sunita permanecía social y políticamente marginada.
Lejos de disminuir, ese predominio de la minoría alawita aumentó con el advenimiento de la era independiente. Su preponderancia en las Fuerzas Armadas y su rol dirigente en el Partido Baath, la fuerza socialista panárabe que mediante una alianza con los militares capturó el poder tras la retirada francesa, recrearon aquella hegemonía creada en la etapa colonial. La dinastía Asad, encabezada por Hafez al Asad, sustituido tras su fallecimiento por su hijo Bashar en 2000, es la expresión de ese sistema de poder consolidada durante 40 años.
Partido, ejército y negocios
Esa estructura de poder gira en torno de un trípode formado por el Partido Baath (Renacimiento Socialista), las Fuerzas Armadas y un sector empresario vinculado con la dinastía gobernante. Pero el vértice de la pirámide es la familia Asad, cuyos miembros desempeñan las funciones centrales en esos tres tableros.
El Baath, que provee los cuadros gobernantes del régimen, surgió a principios de la década del 40 como un partido nacionalista panárabe, de orientación socialista y carácter laico, no religioso, cuyo objetivo era la lucha anticolonialista. A partir de 1970, con la jefatura de Hafez al Asad, estableció vínculos con el Partido Comunista Soviético y encontró en ese ejemplo una nueva fuente de inspiración para el ejercicio del poder.
Para asegurar su control del poder militar, la familia Asad maniobró a fin de dividirlo entre las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad. Maer al Asad, hermano de Bashar, es el jefe de la Guardia Republicana, una organización paramilitar que tiene una activa participación en la represión de las revueltas.
En el terreno de los negocios, la dinastía Asad construyó un gran imperio económico, que administra Remi Maklouf, concuñado de Bashar, dueño de la única empresa telefónica, principal contratista de la obra pública, socio oculto de innumerables emprendimientos particulares en las más diversas áreas y blanco permanente de las denuncias de corrupción.
La conexión iran
Siria es el único país árabe que mantiene una alianza estratégica con Irán. La histórica afinidad de los alawitas con los chiitas iraníes, incentivada por el objetivo común de contrapesar la gravitación de la mayoría sunita en el mundo islámico, favoreció la constitución de un eje diplomático Teherán-Damasco. Ya en la década del 80, los sirios apoyaron a los iraníes en su sangrienta guerra con Irak.
En la actualidad, los dos gobiernos confluyen en brindar un activo respaldo a Hezbollah, la organización fundamentalista de confesión chiita que constituye un actor decisivo en la crisis de El Líbano, un país que Damasco consideró siempre parte de su área de influencia, por integrar la denominada “Gran Siria”.
Esta confluencia entre Siria e Irán es un factor decisivo para explicar la actitud de la Liga Arabe, cuyos gobiernos han sido particularmente cautos ante las sucesivas revueltas de la “primavera árabe”, pero que esta vez no muestran con el régimen sirio la paciencia que habían exhibido antes en Túnez, Egipto y Libia.
Cambios de escenario
La evolución de los acontecimientos en Siria está entonces vinculada con los cambios operados en un escenario mundial signado por la intensificación de las presiones internacionales sobre el régimen de Teherán, al que, entre otros instrumentos amenazantes, intentan privarlo de sus alianzas políticas.
En este contexto, el destino de Al Asad empieza a exceder el marco de la incierta relación de fuerzas existente en Siria para inscribirse en un juego político global, al que no son ajenos ni Estados Unidos ni Israel. |
Pascual Albanese , 18/11/2011 |
|
|